El
Mural de los Payasos.
-No creo que esto sea una buena idea, Marcos- Fue lo
primero que le dije en cuanto vi que estaba a punto de rociar la pintura en
aquel extraño mural.
Era más de la medianoche, como siempre, desde que
empezamos a salir de nuestras casas a aquellas horas tan frecuentes solo para
dedicarnos a graffitear. Aquella costumbre me absorbió durante mis primeros
años de instituto, me cuesta explicar la razón de esto, quizás era la
adrenalina que sentía al escaparme de casa junto con el miedo de ser
descubierto, tal vez fue un simple amor natural al arte callejero o era el ego
impulsado que recorría mi ser cada vez que veía un muro con una de mis obras,
nunca fui capaz de contener aquella risita nerviosa que me invadía cada vez que
esto pasaba.
Por mas infantil e inmaduro que resultara este
pasatiempo no me importo en lo mas minino, ni a mí ni a Marcos nos importaba
realmente lo que pudiera ocurrirnos. Para nosotros era un pequeño pedazo de
libertad dentro de nuestras insignificantes vidas adolescentes que podíamos
conseguir fácilmente, era una vía de escape perfecta contra padres y maestros,
casi siempre infalible. Nos habíamos vuelto tan buenos en el hábito que
terminamos quedándonos sin zonas blancas para arruinar.