2/06/2013

Excursión al zoologico


Excursión al zoológico.
Mario era el niño más valiente que había conocido en toda la escuela primaria. Constantemente, los otros niños le retaban a hacer toda clase de travesuras estúpidas y peligrosas que con mucho gusto el aceptaba casi siempre a cambio de nada. Le gustaba regodearse de sus victorias y  la atención que recibía después de ellas.
Todos eran capaces de recordar la vez que atravesó la avenida en su patineta, segundos antes que el semáforo cambiara a verde en plena hora pico; o la vez que entró corriendo a la iglesia sin pantalones en plena misa. Pero sin duda, la más memorable de todas sus jugarretas fue cuando agarró un candado del taller de su padre y lo puso en la puerta del colegio antes de que este abriera. No vimos clases durante dos días seguidos.
Por supuesto, la mayoría de las veces era descubierto por su padre y tenía que pagar las consecuencias de sus actos, pero esto nunca le importó mucho a Mario, siempre y cuando los otros niños le glorificaran su estupidez o le dejaran de vez en cuando algunos caramelos o monedas sobrantes de la merienda.
Pero a pesar de que era fácil para todos recordar estos hechos, nunca causaron un impacto trascendental en la forma en que vivíamos a esa edad. Cada gloria de Mario representaba solo un pequeño momento efímero como la de cualquier otra diversión infantil. Por alguna razón, Mario no podía entender por qué su gloria siempre solía desvanecerse con tanta facilidad. Quizás se esforzaba demasiado y todos nos dábamos cuenta de eso, pero ninguno se sintió en la obligación de decirle que tenía que detenerse en algún momento.
Lamentablemente, ninguno de nosotros cayó en cuenta de lo importante que era para Mario decirle que sus acciones debían tener un límite antes de que fuera la seguridad de su propia vida la que peligrara, y no su trasero después de una de las tundas de su padre.
Pero como dice el dicho “a lo hecho, pecho”, ya que la intención de este escrito no es la de lamentarme, si no, la de mantener intacta en mi memoria de la forma más fiel posible el acontecimiento que ocurrió el 15 Julio de 19**, con la esperanza de que esto sirva de lección o recordatorio a mis hijos o los hijos de estos.

En fin, era un domingo en la mañana, soleado, sin escuela, el primer domingo de las vacaciones escolares, era la más viva representación de libertad que pudiéramos haber anhelado durante aquellos días. Sin embargo, no todos se sentían tan contentos como cabría de esperar, pues, el último día de clases, Alejandro nos dio la fatídica noticia de que se mudaría con su madre a finales de agosto, por lo tanto todos nos sentíamos un poco desilusionados a que éste fuera el último verano que pasaríamos juntos realmente.
Obviamente el más afectado fue Mario, ya que Alejandro no solo era su admirador por excelencia, sino también el compañero y cómplice de muchas de bromas. ¿Quién ayudaría a Mario a distraer a los profesores mientras este ponía una chinche en su asiento? ¿Quién sería su mano de derecha durante las guerras de tiza? Y sobre todo, ¿cuál sería la risa que sobresaldría de entre todas las demás cuando todos estos altercados hubieran sido realizados?
En vez de mirar al pasado con nostalgia y al futuro con desilusión, preferimos disfrutar todo lo que nos fuera posible en el presente, así que ese domingo, todos quedamos de acuerdo en hacer una pequeña excursión al zoológico. Fue una mañana maravillosa llena de todas las dichas de las que se puede esperar de una salida con amigos, perdimos la noción del tiempo entre tantos animales y chucherías. La mañana muy pronto se convirtió en atardecer y era el momento justo para irnos.
Cuando el zoológico está a punto de cerrar, es fácil para un grupo de niños quedarse más tiempo del debido escabulléndose de los empleados de seguridad, porque generalmente estos concentran más su atención en el desalojo de familias o parejas jóvenes. Eso fue lo que hizo Mario, repentinamente salió corriendo y gritando “¡Síganme, síganme!” por alguna extraña razón que los demás no entendían. De todas maneras lo seguimos a regañadientes, ya que muchos se sentían cansados y hambrientos, así que solo querían terminar lo más pronto posible para ir a casa.
Mario nos condujo al área donde se encontraban los rinocerontes, mejor dicho, “el rinoceronte” ya que solo había uno de estos. Esto se debe a que suelen ser animales muy territoriales y solitarios, la mayoría no les gusta estar en compañía a menos que sea con una hembra en época de celo.
-Muy bien, ¿Ahora qué, Mario?- Dijo Alejandro esperando quizás algún nuevo juego en el que todos pudiéramos participar.
-Voy a entrar- Dijo Mario. Muchos de nosotros nos quedamos callados, pensando a que se estaba refiriendo exactamente.
-Quieres decir… ¿Dónde el rinoceronte?- Dijo Pablo, el más joven de nosotros.
-Así es- Afirmó Mario con cierto brillo en sus ojos.
-Pero… ¿Estás loco?-  Dije yo, intentando comprender el motivo de su insensatez.
Después de varios intentos fallidos de razonamiento con Mario, éste finalmente saltó la valla que separaba a la bestia de nosotros, pero antes de entrar definitivamente al área del animal, debía realizar un enorme salto sobre una zanja muy profunda que los del zoológico trazaron en caso de que el rinoceronte quisiera escapar de sus aposentos. Mario estaba a escasos centímetros de caer en la zanja, pero en vez de asustarse por esto se quedo en su posición, detrás de la valla, mirándonos con aquella sonrisa de tonto tan particular en él como si nos dijera “¿Creyeron que no lo podía hacer, verdad?”.
Todos nos quedamos mirándonos asombrados, pero creo que Mario no comprendía que era una expresión más de preocupación que de admiración, porque él siguió ahí, como si estuviera pasándose el mejor rato de su vida.
-Bueno, ya saltaste la valla, ahora vuelve aquí- Dijo Alejandro- se está haciendo tarde y nuestros padres ya deben estar esperándonos en casa.
-Váyanse ustedes si quieren, yo estoy muy bien aquí- Dijo Mario con malcriadez.
Muchos de nosotros ya nos estábamos hartando de la actitud de Mario, así que comenzamos a amenazarlo de que si no volvía al mundo civilizado, nos iríamos y lo dejaríamos completamente solo.
-Si se van, se perderán de mi gran salto por la zanja- Dijo Mario como si se estuviera refiriendo al salto más importante del siglo que ninguna otra persona viva hubiera podido lograr, y probablemente lo fuera, porque desde nuestra perspectiva parecía imposible realizar dicho salto debido a lo largo y profundo de la zanja. Después de todo, estaba diseñada para mantener alejado a un rinoceronte macho y adulto. Las ideas descabelladas de Mario no hicieron más que motivar a los otros a cumplir con sus respectivas amenazas de dejarlo solo.
Sólo yo y Alejandro nos quedamos esperando que Mario terminara, porque a pesar de que nosotros estábamos igual de cansados que los demás de aquel juego infantil, queríamos asegurarnos de que Mario llegara seguro a su hogar. Pero en vez de alentarlo, lo único que hicimos fue quedarnos con los brazos cruzados esperando, que se diera cuenta que no teníamos el más mínimo interés de ver como terminaría aquella aventura. Esto significaba un punto interesante en la situación, ya que Alejandro siempre apoyaba cualquier cosa que se le ocurriera a Mario. Pero en esta ocasión realmente estaba demostrando una verdadera señal madurez que su mejor amigo no parecía poseer en ese momento.
-Bueno, supongo que ustedes van a tener que contárselo a los demás- dijo Mario algo desilusionado de que su público se hubiera reducido a tan poca cantidad.
Y sin previo aviso, Mario saltó, dejándonos a ambos atónitos. Efectivamente, fue el salto más grande que he presenciado en toda mi vida. Mario llegó exactamente al hábitat del rinoceronte, por un momento se quedó con sus rodillas dobladas, sin creer que realmente hubiera sido capaz de realizar aquella hazaña. Se acomodó y nos miró del extremo sacudiendo los brazos, gritándonos “¡Lo hice, lo hice!”.
-Muy bien, ahora hazlo de nuevo hacia acá ¿o me dirás que también piensas ir a tocar al rinoceronte?- Dijo Alejandro en tono burlón, mientras yo vigilaba al rinoceronte que en ese momento no se había percatado de la presencia de Mario.
-Muy bonito, mañana se lo diremos a los demás, ahora vayamos a casa- le dije asustado, porque no tenía idea de cuál sería la reacción del animal al ver aquel intruso en su territorio.
Por primera vez, Mario asintió ante nuestras suplicas y comenzó a calcular el espacio para realizar un segundo salto. Pero esta vez vaciló, era presa del pánico. Quizás haya sido la inseguridad de realizar otro salto tan perfecto como el primero o tal vez pudo ser la presencia del rinoceronte que a pesar de que se encontraba a una distancia considerable detrás de él, su existencia no era precisamente algo que se pudiera ignorar.
-No puedo- decía Mario, era la primera vez que realmente lo había visto asustado.
-¡Deja de bromear!- Le dijo Alejandro que parecía haber perdido su último grano de paciencia.
-Espera…creo que realmente no puede, está asustado- le dije a Alejandro, intentando tranquilizarlo.
-¡No es cierto, no tengo miedo! – Gritó Mario como el niño testarudo que era, intentando negar algo que esta vez era más que evidente.
-¡Cállate y no hagas nada hasta que estés seguro!- Le respondí- Voy a buscar a alguien del zoológico para que nos ayude.
-¡No necesito ayuda!- decía Mario aferrándose a la poca dignidad que le quedaba en esos momentos, pues parecía que estaba a punto de llorar enfrente de nosotros.
-¡Cállate, Mario!- le decía Alejandro- será mejor que no te tardes, pronto no quedara mucha gente, ya casi todas las personas debieron haberse ido a sus casas.
Asentí con la cabeza y salí corriendo tan rápido como pude en busca de ayuda.Lo único que podía pensar en aquellos momentos era si nuestros gritos no habrían alertado al rinoceronte de la posición de Mario antes de lo esperado…
Lo que pasó a continuación no creo que sea adecuado describirlo para los lectores de menor edad, pero me siento obligado a decir que no fue un escenario para nada bonito, cuando regresé con varios encargados del zoológico ya era demasiado tarde.
Alejandro se encontraba solo mirando la zanja en donde se encontraba el cuerpo inerte de Mario. El rinoceronte no estaba muy lejos de la orilla, también, es difícil determinar si fue él el verdadero culpable de aquello, porque desde donde yo estaba se le veía bastante apacible, casi sin darse cuenta del caos que estaba ocurriendo a su alrededor. Lo más probable que pudo ser, es que Mario haya dado un paso en falso, dejándose llevar por el susto de ver que el rinoceronte acercándose al sitio en que los tres nos encontrábamos gritando unos minutos antes.
Probablemente nunca sepamos que pasó en realidad ya que Alejandro fue la única persona que vio todo y cuando lo encontramos estaba casi en estado de shock. Después de ese día, él nunca volvió a mencionar el incidente, así que fui yo el encargado de correr la noticia entre nuestros padres, profesores y compañeros, quizás sea por eso que aun recuerdo tan claramente todo.
Hace unos días, volví a ver a Alejandro después de casi 18 años, ahora es padre y se asegura que ninguno de sus hijos haga ese tipo de estupideces, nunca alentando sus travesuras pero tampoco pegándole por ellas. Es un trabajo difícil intentar usar las palabras para que tus hijos hagan lo correcto, pero cuando Mario era castigado con la brutalidad de su padre, causaba casi el efecto inverso al de no intentar volverlo a hacer. Al menos fue algo que tanto Alejandro como yo supimos darnos cuenta con el paso del tiempo.
Espero que tanto la manera de crianza de Alejandro como la mía nos convierta en buenos padres, a pesar de que nuestros métodos puedan no ser tan eficientes o precisos aun pensamos que quizás es el correcto, porque a la larga de eso se trata el juego de la paternidad, intentar que no cometan los mismos errores que nosotros (o los de Mario, como en este caso). Nunca comprendí las verdaderas intenciones de Mario para exponerse ante ese tipo de peligro pero nunca dejo de preguntarme a mí mismo, “¿Realmente valió la pena?”


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